lunes, 27 de septiembre de 2010

Heme aqui de nuevo en nuestra ciudad, despues de pasar unos días en la idílica isla de Tenerife, donde hemos gozado ampliamente de su clima, sus paisajes y sus gentes. Los primeros días tomamos contacto con unos aborígenes de la isla, guanches de nacimiento, que nos mostraron los lugares menos conocidos turísticamente, situados en la vertiente norte, fundamentalmente los pueblos de "La Matanza" y "La Victoria", llamados asi por que en el primero tuvo lugar una masacre de castellanos en las batallas para conquistar la isla a finales del siglo XV, por parte de los guanches, (habitantes originales de aquellas tierras desde que los fenicios y romanos dejaran unas partidas de hombres en las islas siendo los primeros que tomaron posesión de las mismas), y en el segundo los castellanos se tomaron la revancha y provocaron la derrota de uno de los menceyes, que asi se llamaban a los cabecillas de las tribus que habitaban las islas, y quedando dichos nombres para la posteridad. Estos pueblos estan situados en la ladera más húmeda de toda la isla, formando un conjunto urbano con las típicas casas de escasa altura de estilo canario, construidas entre pendientes de una inclinación a veces inverosímil por la que se hace costoso transitar a pie por el empinado desnivel. Gracias a nuestros amigos guanches, pudimos adentrarnos entre las intrincadas callejuelas y descubrir los peculiares restaurantes de aquella zona, denominados "guachinches", situados entre los viñedos de la zona, especie de sociedades gastronomicas, abiertas a cualquier persona que quiera acudir, donde con la excusa de vender el vino de cosecha propia, elaboran unas especialidades culinarias propias del lugar, cada uno a su estilo, en los que probamos algunas delicias gastronómicas como "migas de bacalao con batata y pimiento", de contradictoria mezcla de sabores dulce-salado, la carne fiesta, o los solomillos y costillas al sarmiento, de exquisito sabor a brasa, todo ello bien acompañado con la famosa salsa canaria, el "mojo picón", que le da el carácter bravo a toda la comida.
Otro día, recorrimos toda la costa norte mas occidental, empezando por la populosa localidad de Tacoronte, cercana a los acantilados que se lanzan recortados sobre el mar, y entre los que se pueden descubrir algunas playas como "Mesa del mar", quiza no tan finas como las de la peninsula, pero que se pueden disfrutar con su encantador colorido de azabache. También nos desplazamos a la localidad de Garachico, al borde del mar, donde unas piscinas naturales, que aprovechan las hoquedades que la caprichosa lava volcánica formó al tomar contacto con la mar, nos dejó maravillados por su genuina belleza, que fusiona la colada que el Teide descargó en su última erupción en 1706, con el agua de mar que la enfrió de forma caprichosa. Más tarde recorrimos la serpenteante carretera a lo largo de los acantilados de Teno, hasta llegar, atravesando alguna de las más elevadas formaciones rocosas, casi inaccesibles si no es por los claustrofóbicos túneles excavados en sus entrañas, a la Punta de Teno, donde el viento sopla inmisericorde azotando la excasa vegetación que por allí crecía. Una vez abandonado este territorio habitado por conejos, llegamos a la zona de Masca, ascendiendo por carreteras sinuosas, hasta observar paisajes sobrecogedores desde lo alto de puntiagudos riscos, que nos mostraban barrancos y precipicios que se lanzaban impetuosos hasta la costa, salpicados de algunos pequeños pueblecitos, constuidos de forma impensable entre abismos. A continuación, rodamos en plena ascensión hasta las cañadas del Teide, una fascinante mezcla de colores y formas, de apariencias singulares, en las que uno se puede trasnportar cientos de miles de años atrás, cuando dichas formaciones eran expulsadas por el cráter del volcan, y se pueden intuir las masas de lava viscosa descendiendo por la ladera, con su variedad de tipos de rocas extraidos de manera explosiva desde las entrañas de la tierra, y solidificadas posteriormente para formar un mosaico de colores, ocres, verdes, amarillos de variedades y tonalidades infinitas. Arriba el puntiagudo cono del Teide nos observa con aparente placidez, y nos invita a contemplarlo con cara de éxtasis, ante su imponente y descomunal figura.
Otro día, nos acercamos a la vertiente sur de la isla, mucho más árida, pero no menos hermosa, donde paramos en el pueblo de Los Médanos, para comer en un restaurante tan cercano de la playa, que las olas condimentaban nuestros platos de sal marina, con sus salpicaduras. Las playas de los Cristianos y Las Américas, las contemplamos casi de pasada, pues no difieren en demasía de cualquier otra playa peninsular, con sus construcciones hosteleras y sus apartamentos mastodónticos, más destinados a un turismo extranjero, ávido de tostarse en invierno gracias a un sol que en sus paises, brilla, o mejor dicho se esconde, por su ausencia.
De nuevo en el norte, nos trasladamos a la punta este, llamada macizo de Anaga, formado por una amplia extensión de bosque subtropical, tan cerrado, que en muchos lugares no deja ver el sol, y formado fundamentalmente por la laurisilva, especia autóctona de las islas, y muchos otros árboles que no pudimos identificar pero que conforman un intrincado y abigarrado bosque de arrebatadora belleza. La carretera serpentea, tan pronto asciende, como nos despeña por las abruptas laderas que conforman el macizo, repleto de veredas entre la fronda, por las que practicar senderismo, para fusionarse con una naturaleza tan exhuberante.
De nuevo un día lluvioso, nos trasladamos al Teide, por la vertiente norte, en la que se encuentra el monte de la Esperanza, compuesto por millones de pinos canarios, que como el ave Fenix, resurgieron de sus cenizas, resistiendo al catastrófico incendio del año 1995, que convirtió el monte en un montón de palos carbonizados, pero que en la actualidad ha reverdecido y rejuvenecido increiblemente. La lluvia nos permite observar la gran montaña y el volcan, con otra perspectiva, no tan habitual en la isla, pues no es muy normal que llueva durante un dia entero, tanto en el norte como en el sur. Pero el clima subtropical de la isla, tiene estos contrastes tan dramáticos.
Tambien pudimos comprobar más adelante, la belleza de las construcciones canarias, en las que predominan los inmensos balcones de madera, especialmente en el municipio de la Orotava, donde las casas palaciegas abundan por doquier. Y nos allegamos a uno de los muchos miradores que hay por toda la isla, en la que se pueden distinguir con precisión desde las alturas, la diversidad cromática con la que adornan las casas los habitantes de la isla, que les hace merecedoras de una contemplación mas intensa.

1 comentario:

  1. Felicidades Juanma por tu capacidad de retencion... Este finde he estado yo en Verona y tan solo tres dias despues, de lo unico que me acuerdo con certeza y exactitud es de la "grappa" de la comarca!!!

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